Iciar Bollaín decía hoy en una entrevista que internet ha sido un tsunami que ha transformado al espectador. Y no le falta razón. Internet ha transformado todo y de forma tan arrolladora que no ha dado tiempo a canalizar ni legislar adecuadamente. La red es, paradójicamente, un agujero negro que se traga todo, venga de donde venga, en cualquier formato, con o sin copyright, y ponerle ahora puertas al campo, a un campo colonizado por dos mil millones de almas (o passwords), es tarea complicada.
Decía hoy el consejero delegado de Twitter, Dick Costolo, que su empresa no se suma a las protestas porque «es una tontería cerrar una empresa global por una ley de carácter nacional«. Y en parte es verdad. No sé cuántos gringos hubieran seguido una huelga contrala Ley Sinde de ese pequeño país simpático al otro lado del charco. Pero lo nacional y lo global, afortunadamente, se confunden en la red y lo que afecta a unos afecta a todos.
Poner un poquito de ciber-orden es difícil pero necesario. Los que estudiamos en su día Ciencias dela Información, sabemos que las colisiones entre el derecho a la información y el derecho a la intimidad y la propia imagen (léase también aquí propiedad intelectual) nunca han quedado del todo resueltas. Pero ahora esas colisiones se han vuelto planetarias e incontrolables y en algún momento habrá que poner semáforos. Y no hablo tanto del derecho a la propiedad intelectual como al de la propia imagen. Valga protestar por uno si protegemos ambos en paralelo, no se olviden de eso, por favor.
No conozco a nadie que hoy en España no haya abierto Internet. Un yonqui no deja su dosis porque la pasma persiga a su camello. Esta guerra de guerrillas va para rato. Porque no se trata sólo de pasta, se trata de cambios culturales. Y son tan rápidos y profundos como nunca antes había generado la humanidad.
Iremos viendo.